martes, 27 de enero de 2009

El que nunca mas volvió

Esa madrugada, Ernesto salió como todos los días hacia su trabajo en la fábrica. Había amanecido cansado. La reunión con sus compañeros se había dilatado la noche anterior. No tenía medio de movilidad y vivía lejos del centro. Cada vez era más peligroso, juntarse con sus compañeros.
Subió al tren atestado de gente apurada. Encontró un asiento. Miraba por la ventanilla, mientras pensaba ¿cuántas conquistas logradas, en estos años de lucha. Tantas ilusiones muertas en un instante? La palabra muerte, como nunca lo estremeció.
Las últimas novedades oprimían su corazón. Había terminado de leer “Operación Masacre” de Rodolfo Walsh y esa frase le martillaba el alma. José León Suárez, … Valle … Tanco. No sabía porque su espíritu tambaleaba y algo en su interior lo sumía en angustia. Una lágrima andaba por ahí sin querer mostrarse en público. ¿Por qué tenía esos presentimientos?.
El tren seguía marchando en su carrera cotidiana. La última noticia que tenía “Ernesto Che” como le decían sus compañeros, era que la fábrica cerraba. Que haría con sus hijos pequeños aún, su mujer, enferma. Se pasó las manos ásperas, por su rostro curtido.
Nunca le importó levantarse a las cuatro de la mañana, para llegar antes que sus compañeros a la fábrica, sentía orgullo de transitar por esos galpones olor a lavandina, que recién habían limpiado. Los pocos que hacían ese trabajo lo rodearon y casi gestualmente le solicitaron datos de la reunión. Tendremos que luchar – dijo – para que no nos quiten nuestra fuente de trabajo. Esperen que lleguen los demás y ya perfilaremos nuestro plan. Nosotros somos pacíficos. Primero hablaremos con la patronal, si no resulta buscaremos otras estrategias.
El ruido de la maquinaria les impedía oír con claridad los propósitos pero lo mismo, seleccionaron un delegado gremial. Como era de esperar el elegido fue Ernesto.
Al otro día entró cabizbajo y les transmitió a sus compañeros que decidieron ir todos a la CGT, en los horarios que cada uno podía, para no hacer abandono de trabajo.
Al anochecer estaban todos con fuerzas renovadas decididos a participar, en la concentración multitudinaria que se realizaría en la Plaza de Mayo.
Había rumores de un golpe de estado y ellos tenían muy asumido que los primeros que caerían iban a ser los trabajadores, sindicales, pensadores, hombres de la cultura, estudiantes, universitarios, etc., etc. … Dios mío – pensó – si, es inminente el cierre de la fábrica y para colmo esta noticia del golpe de estado ¡Que haremos!.
Todas las preocupaciones rondaban por su cabeza en el largo viaje de retorno a su hogar, donde ni siquiera podía jugar con sus hijos, acariciar a su mujer, porque el cansancio y sus conflictos internos, lo aletargaban.
Tuvo tremendas pesadillas esa noche infernal. A las tres de la mañana prendió la radio, con muy bajo volumen, para no despertar a su familia. Hacía calor. Tomó unos mates en el patio, con pantalones, maya y descalzo. Después de un tango escuchó con estupor al locutor que anunciaba: “Estela Martinez de Perón fue tomada prisionera y una Junta de Gobierno presidida por Rafael Videla… No escuchó más se vistió lo más rápido que pudo y salió apresurado en busca de sus compañeros.
El paisaje era distinto. Tanques de guerra, invadían la ciudad. Militares por todos lados, en autos, camionetas, motocicletas… Santo Dios – se dijo - ¿En que terminará todo esto?
Llegó a la fábrica. Unos soldados custodiaban la entrada. Le pidieron documentos. Cotejaron una larga lista y sin entregarle su carnet lo dejaron pasar. El oficial lo miró con desprecio y lo hizo volver para revisarle el bolsito, en que llevaba la comida diaria.
Las máquinas estaban paradas. El silencio cortaba la respiración. Tímidamente se acercó a sus compañeros. El temor y la inseguridad les impedían hablar, pero se comunicaban con la mirada.
Ese día no trabajaron. El oficial a cada rato los llamaba para “tantearlos”, haber si hablaban especialmente a los que ellos denominaban “agitadores”.
Por la tarde los reunieron para leerles un comunicado. Un oficial normalizador, se haría cargo de la fábrica, al día siguiente.
Pasaron los días. Una aparente calma mostraba la ciudad. El corazón de Ernesto intuía algo. ¿Por qué tanta paz? En otros golpes, “los golpes” fueron dados con más intensidad. – Bueno será así, todo cambia.
La rutina volvió como las estaciones. Iba a su trabajo y regresaba más distendido. Hasta hacía planes con su familia, para pasar unos días de vacaciones en el campo.
Una mañana, cumpliendo con su rutina cotidiana salió de su casa rumbo a la estación. En el trayecto, un falcon verde interceptó definitivamente su paso.

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