martes, 27 de enero de 2009

El Espejo

Había amanecido más taciturno que nunca. Todo en él reflejaba desgano. Su rostro, de un amarillento grisáceo, daba marco a unas ojeras profundas. Su mirada, la factura de una noche de insomnio.

Los aerosoles de la vida le habían pintado de negro el alma y se creía morir.

Lo que le había sucedido ¿sería una marca potente y acuciante? ¿Acaso muchos hombres de su edad no habían tenido fracasos terribles pero habían salido airosos de la situación? No todos somos iguales, se dijo, mientras intentaba desperezarse con movimientos de brazos y piernas. Estaba entumecido.

Ella ¿Dónde estará? ¿Qué será de su vida? Lo único que celebro es que no hayamos tenido hijos. Eso hubiera sido un impedimento. ¡Bah! no se si hubiese ayudado, tal vez. Pero ¿para que hago estas reflexiones? Si aquí lo único valido es que nunca me ha querido. ¿Será que ella fue más coherente que yo? ¿Más sincera, quizá? ¿O más cruel? No sé como definirla.

Miró por el balcón. Aspiro profundo. El aire lo hizo despertarse totalmente.

Un cieguito que pasaba blandiendo su bastón blanco y sin poder cruzar la avenida, lo hizo reflexionar. – Yo aquí alicaído y abandonado por una mujer que se fue y este hombre buscando los medios para sobrevivir con sus ojos sin luz. ¡Pucha! Que poca cosa soy – Salió corriendo - ¿Puedo ayudarte? – dijo y tomo de brazo al joven y lo ayudó a cruzar la calle.

Al volver, todo se había iluminado a su alrededor. Los árboles estaban más verdes, las flores parecían haberle robado colores al arco iris.

Un grupo de jóvenes cantaban a viva voz. El que momento antes era símbolo de la desazón se puso a cantar también. Hasta se animó con una cerveza.

- ¿Ustedes siempre vienen por aquí?

- Casi todos los días

- Les pregunto porque es la primera vez que los veo.

Volvió a su casa y el espejo le devolvió una imagen colorida y triunfante.

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