Al tocar la pared oscurecida
su corazón aquietado se estrujaba.
Imaginaba que la picana no sería
por esa noche un sobresalto a su quimera.
Su manía de desovillar inciertos
anudaban su boca ya cansada
de dar besos solitarios e inconclusos
y eran sus cosas, escombros repetidos.
Sueños de juventud avejentada
en ese oscuro presagio indiferente
que castiga con desechos de otras vidas
y el látigo del cancerbero,
síntesis macabra de dolor.
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