lunes, 6 de junio de 2011

El trovador

Rubio Paz caminaba sin apuro por el sendero que nacía, desde esa construcción vetusta, hacia el camino principal. Estaba vestido con el traje negro de siempre. La barba desprolija, daba cuenta de que hacía varios días que no se afeitaba. Su cabello también evidenciaba la falta de arreglo. En sus manos llevaba a su única e inseparable compañera, la guitarra.
Hacía tres días que había salido de su casa y recién retornaba de aquellas interminables serenatas a los que tenía acostumbraba a sus amigos y conocidos.
Todos lo miraban cada vez que el Rubio Paz pasaba, es que llamaba la atención por su inconfundible traje, los zapatos abotinados sin ningún brillo y el peinado, que dejaba caer los rulos sobre los costados de su rostro.
Vivía solo, se había alejado de su familia porque todos estaban disconformes con su modo de vida. El Rubio Paz se mantenía por la generosidad de las personas que le daban dinero, en cada una de sus actuaciones. Se negaba a cobrar, así que la gente se había acostumbrado a colocarle el dinero en un bolsillo anexo, que alguien de buena voluntad, le había fabricado en la funda de la guitarra.
A este bohemio lo único que le interesaba en la vida era tener en condiciones las cuerdas de la guitarra, que ésta estuviera afinada y memorizar cada día, diferentes canciones, para deleitar a su público.
Otra característica de este cantor trashumante, era que le gustaba caminar. No le importaba las distancias. Era enemigo de subir a ningún vehículo. Cuando el lugar era alejado se tomaba su tiempo. Salía temprano y descansaba a la sombra de los árboles, mientras masticaba los caramelos “florcitas” que tanto le gustaban. Gozaba del canto de los pájaros, en esas mañanas de inmensurable quietud, el los escuchaba y trataba de imitarlos.
Después de esos momentos de felicidad se sacudía la ropa y continuaba la ruta, con el espíritu renovado.
Cuando la gente lo saludaba respondía con la mejor de las sonrisas y esa vos meliflua que Dios le había regalado – ¡Adiós cantor! – ¡Adiós poeta! - ¡Gracias! repetía sin cansarse
Los niños lo seguían y el en gratitud les repartía caramelos, junto a un cuento breve o alguna anécdota que provocaba risas en los pequeños.
- Hola Rubio Paz cántamelo una zamba y el trovador sin ningún problema desenfundaba la guitarra y comenzaba a desgranar las estrofas más dulces de la zamba.
- ¡Eh Rubio Paz recítamelo “El Beso”!

El beso
La comunión de los labios
en ese beso profundo,
dan cuenta de los efluvios
de tan fuerte sentimiento.
¡La boca viva reclama!
inflamada de pasión,
cuando los labios marchitos
se incendian de excitación
al demostrar el amado
todo el ardor que atesoran,
por tanto amor y tan bueno
que les regala la vida.



Y así sin importarle nada más que las ganas de dar amor a través de sus poesías y sus canciones, se detenía en cualquier lugar donde era requerido, para hacer dichosos a esos seres que lo esperaban. Y su boca era una catarata de canciones que el complacía con la mayor generosidad.
No bebía alcohol, decía siempre que debía mantenerse en sus cabales, para no entorpecer la memoria y seguir en el derrotero de dar dicha y contento a la gente.
Rubio Paz recítamelo “Amor Sublime”. El cerraba los ojos un instante, acomodaba la garganta y comenzaba: “Amor sublime...

Amor sublime
Amor, dulce destino de mi pecho
te aguardo desde el día en que nací.
Te amo, y a este insondable amor
lo tengo solamente para ti.
Te amo desde el día en que te vi.
En aquella mañana inolvidable
cuando con tu uniforme de estudiante
caminabas erguida y desafiante.
Eras tan pequeña. Te miré con ternura
y me juré que un día serías para mi.
Esa boca tan bella conocería el amor
verdadero y constante, sellada por mis labios.
Ese beso fue santo de una pureza casta,
Y mi boca sincera insuflada de amor.

Aún recuerdo la “Zamba de la Candelaria”. Fue la última vez que lo vi rasgando la guitarra. Mi retina conserva esa imagen y esa voz inconfundible.
Esta mañana cuando los lapachos visten de rosa lilaceo la Belgrano y mientras el viento desparrama miles de ramilletes, que tiñen las aceras de rosas y de blancos Rubio Paz se corporiza y hasta unos sones de guitarra escucho entre los sonidos de bocinas y frenadas, que no consiguen acallar las serenatas de esa infancia lejana, tan musical y tan poética.

Lucila Soria

1 comentario:

  1. Muy interesante, Lucila, para quienes no hemos oído hablar de cantante. Haces una hermosa semblanza que anima a conocerlo.
    Te dejo un abrazo.

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