lunes, 6 de junio de 2011

Clementino Sosa

Cuando el alba tiñe de colores el campo, Clementino calza presuroso sus alpargatas y refregándose los ojos sale al patio. Un lavatorio puesto sobre un pan de alfa, lo espera. El agua fría le hace rechinar los dientes. Se seca mal el rostro y se encamina hacia la cocina donde un humeante mate cocido con la tortilla del día anterior, fortalecen su pequeña anatomía, para salir en busca del burro que lo llevará a la escuela.
- Clementino – dice la madre – vete con cuidado, fíjate cuando quieras atravesar la loma, no vaya a ser que tabalee el burro y te voltie.
- Ya se mama, todos los días me dices lo mismo.
- Hijo, las golpeaduras de los burros son peligrosas. Mirá lo que le ha pasao al hijo de tu madrina.
- Hasta más tarde mama.
- Llegate por la casa de tu tía Candelaria así te da la leche al pie de la vaca.
Un lacónico si se oye suave porque el niño ya empezó a galopar en su burro Soncko. Mientras cabalga le habla al animalito. “Soncko yo nunca te voy a pegar con ninguna rama de tusca, porque vos sos buenito conmigo. Yo no quiero que te hagas grande porque sino te van a llevar y yo voy a quedar muy solito”.
El burrito se detiene bruscamente, es que una víbora yarará cruza soberbia por el mal trazado caminito que lo lleva a la escuela.
El niño mira, el miedo lo persigue, pero continúa. Tres ranchos antes de la escuela se baja de su hermosa montura y saluda a la tía que le ofrece un espumante jarro de leche tibia.
Antes de continuar el viaje cotidiano, acomoda el ponchito viejo y las alpargatas que de tan chicas dejan al descubierto los dedos gordos de los pies.
Previo a montar busca en el bolsillo las figuritas ¡su tesoro! El había leído bien en el concurso y la Srta. Tita le había dado ese premio.
- Hoy voy a leer mejor y voy a decir bien la poesía de la maestra pa’ que le guste más a mi señorita. Tampoco me voy a peliar con Belarmino porque no quiero que ella reniegue. ¡Es tan buena! ¡Yo la quiero un montón!.
Repite feliz el verso: Mi maestra… Observa la sombra de los árboles y empieza a talonear el burro. – Ya es tarde Soncko, apúrate, porque ya van a izar la Bandera. De pronto una iguana se cruza. Clementino se baja y empieza a correrla. Las hojas del cuaderno se pliegan y despliegan con el viento.
Como todo niño, Clementino corre, juega, ríe. Olvida por un momento sus obligaciones; el burrito amigo lo mira sonriendo con los ojos mansos.
Retoman el camino. El niño se limpia el sudor de la frente con la punta del poncho. El bullicio de los niños le anuncia la llegada a la escuela. Lo ata a Soncko, acomoda su ropa. Pone bien el cuaderno bajo el brazo, el lápiz y el borrador en la otra mano, y entra. Corre hasta donde esta la señorita, y con la cara llena de tierra la besa, con el amor más puro.
- ¿Cómo estás Clementino? – dice la Srta. Tita y el corazón del niño se acelera al oír la voz tan dulce del ser que tanto ama…
- Bien señorita, ya lo sé al verso, y lo’i repasao varias veces a la lectura de Sarmiento.
- ¡Muy bien, Clementino! Ahora vas a pasar.
- ¡Ah, señorita! También he hecho las sumas, el problema y los cinco renglones del dictado.
Tocan la campana. Todos cantan y entran al aula. Las clases se suceden como todos los días. En los recreos Clementino juega a la “pilladita” con los compañeros.
Limpia sus manos con el inseparable poncho y entra. Ya es la última hora. Sabe que el que diga mejor la poesía va a actuar en la fiesta del “Día del Maestro”.
Empieza a leer. El pecho de Clementino salta. El quiere ser el que le rinda el homenaje a su Seño Tita.
Cuando vuelve de la escuela sale a cortar flores de Ckellu sisa, para armarle el ramo que el lunes le llevará de regalo. – Mama – dice contento – demé lana colorada, azul y amarilla, voy a trenzarlas para atarle las flores para mi señorita.
Entra a la cocina. Un sabroso guiso lo espera en la mesa grasienta de tablas irregulares. Come con apuro, busca el cuaderno para repasar la poesía y recitarle a la madre.
- Ya la sabes, no te hagas problema, hijo.
- Bueno mama, pero yo quiero actuar.
Se recuesta un rato y luego sale a buscar mishquilas. Llena los bolsillos con las tinajitas. - ¡Esto también le voy a regalar a mi señorita!
Juega, corre, canta, recita y se duerme. Sueña que esta arriba de la tarima, que parece más blanca en medio de los chañares, las tuscas y los jarillales. Clementino despierta recitando en voz alta.


Mi maestra es tan buena.
Nos enseña, nos educa.
Con paciencia y con amor,
es por eso que la amo.
¡Con todo mi corazón!


Lucila Soria

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